Como terapeuta de pareja, puedo afirmar que los problemas sexuales que surgen en la vida compartida casi siempre se basan en los modos en que ambos manejan los inevitables conflictos que se generan en la coexistencia. Cuando estos provienen del terreno sexual, las diferencias no resueltas pueden generar emociones dolorosas, frustración, incomprensión y también resentimiento.
El tema es
relevante desde que las investigaciones muestran que el treinta por ciento de
todas las consultas psicológicas en pareja se deben a los problemas
sexuales, aunque muchas veces el motivo de consulta aparezca encubierto por
dificultades en la vida de relación que poco parecen tener que ver con lo
sexual.
El problema
sexual puede ser visto como la punta de un iceberg que representa el
distanciamiento erótico resultante de los conflictos de pareja no resueltos o
como un escollo específico que condiciona negativamente la relación: las dos
posibilidades son ciertas.
Hay parejas que tiene buenas relaciones generales
pero no logran armonizarse en la cama, otras que recuerdan un pasado pleno de
satisfacciones por contraposición con un presente erótico empobrecido.
Los problemas de la experiencia sexual en pareja
son complejos porque siempre tienen que ser considerados a partir de tres
variables: dos individuales y una conjunta. Cada sujeto trae consigo sus
experiencias negativas y positivas, sus expectativas y necesidades personales;
todos ellas se combinan con las que porta a su pareja. De este entrecruzamiento
surgen los conflictos que se distribuyen en ejes:
Primer eje:
Las necesidades individuales y su satisfacción.
Los seres humanos somos entes indisolublemente
ligados al placer y a las recompensas, todo nuestro sistema nervioso central
funciona en busca de aquellos estímulos que satisfacen necesidades, con la particular
característica de que estas necesidades son creadas permanentemente para luego
buscar los caminos que permitan satisfacerlas componiendo una espiral
interminable.
Sin embargo muchos olvidan que esas necesidades,
excepto las vitales, son absolutamente personales y terminan creyendo en su
profunda naturalidad, por lo que se frustran infantilmente cuando no reciben la
recompensa que sacie su demanda.
Como ejemplo de este hecho están aquellos,
generalmente varones, que buscan una frecuencia de encuentros sexuales alta
bajo la justificación de un deseo irrefrenable que surge desde el fondo de su
ser biológico, que al no ser satisfechos reaccionan con enojo, distanciamiento
y presión sobre la pareja.
Ellos confunden deseo con ansiedad, no tienen
consciencia que esa es una necesidad creada, y se creen el cuento de la presión
biológica, lo único que verdaderamente desean es la descarga que actúa como
recompensa. Por ello es que el tema de la baja frecuencia sexual encabeza la
lista de las quejas masculinas, aunque no faltan las mujeres que se quejan de
lo mismo.
Cuando una persona siente y expresa una necesidad
desea que esta sea reconocida y aceptada; en el plano erótico esto se
ejemplifica a través de los deseos de seducción, de conexión afectiva, de
caricias y juegos previos al contacto genital, de comunicación, de respeto por
los límites, de tolerancia y otras. Cada necesidad incluye expectativas; estas
pueden ser mínimas, altas o aún irreales, pero siempre válidas para el sujeto
que las formula; si el otro no las entiende o las descalifica la contradicción
se hace evidente.
La tarea para superar el problema en este nivel
tiene tres partes: inicialmente se centra en la consciencia de nuestras
necesidades; debemos interrogarnos acerca de ellas y la pregunta tiene que
producir respuestas. Si no las tenemos el problema está situado en
nosotros mismos y se debe trabajar en ese dominio que antes de pedir que
el otro las comprenda.
Hay quienes creen que la pareja tiene que tener
dotes de adivinación y percibir lo que se quiere dar a entender, por el
contrario pienso que debemos ser claros y precisos en nuestras demandas si
queremos que estas sean satisfechas.
Por eso es que esta segunda parte del desafío
consiste en desarrollar la capacidad de expresar nuestras necesidades en
voz alta para que sean escuchadas y finalmente en insistir o aún luchar para
que esas necesidades sean reconocidas como legítimas.
Segundo eje:
deseo sexual y frecuencia de las relaciones sexuales.
Deseo
Se suelen asociar los problemas de la frecuencia
sexual con los del deseo, pero ambos expresan escenarios muy diferentes. Los
primeros representan básicamente un territorio de discordancias que como tales
pueden ser sujetas a negociaciones más o menos eficaces, en cambio los
problemas del deseo sexual expresan conflictos más profundos individuales o del
vínculo.
El deseo y la satisfacción aparecen como los
núcleos centrales de la vida erótica, porque de ellos dependen la vitalidad y
el sentido de cada encuentro. De allí que cuanto más tempranamente se produzcan
las dificultades – generalmente dentro de los tres primeros años de la pareja-
más negativo se presenta el panorama, porque una de las principales funciones
de la sexualidad en la pareja es la de crear placeres compartidos.
El deseo de ser deseado por quien uno desea es
poderoso, tanto como desear a quien nos desea y cuando eso no ocurre se produce
un vacío difícil de llenar. Se puede insistir, provocar, seducir; pero si no se
logra una respuesta positiva el que buscaba se distancia a su vez.
La brecha que se produce a través de esta acción
aparta cada vez más a los cónyuges, tanto en lo emocional como en lo corporal.
La persona
(él o ella) que tiene bajo deseo sexual piensa que el otro es hipersexual, la
persona con mayor deseo piensa exactamente lo contrario.
Los sujetos afectados por un descenso o ausencia de
su deseo sexual no componen grupos homogéneos, sino que muestran ciertas
diferencias como las que se consignan a continuación:
§ En primer lugar están aquellos o aquellas que jamás se han sentido muy
sexuales, ni han creído que el sexo sea un elemento importante en sus vidas; a
lo largo de su existencia han pasado por largos períodos de abstinencia y
soledad.
Simplemente no se sienten sexuales, ni otorgan
mayor importancia a las relaciones sexuales como fuente de placer corporal.
La situación sería más fácil de entender si ellas y
ellos fuesen afectivamente distantes en todas las circunstancias, pero no es
así, porque son perfectamente capaces de manifestar ternura y cariño a través
de contactos físicos, pero siempre por fuera o en el límite de la situación
sexual, cuando por una razón u otra acceden a mantener relaciones sexuales se
vuelven rígidos y distantes. Tienen un “sexoestato” bajo, es decir, que actúan
como si su regulador de anhelo sexual se hubiese quedado fijado en un punto
mínimo.
Si respetaran esta condición tendrían una vida más
congruente, sin embargo se casan o se unen en pareja con la secreta esperanza
de que esta limitante no ocasione mayores conflictos, pero suelen equivocarse
eligiendo a personas con deseos sexuales fluidos lo cual tarde o temprano
llevará a dificultades en la unión.
§ En segundo lugar están los que por una formación familiar o religiosa
muy represiva o por haber padecido una experiencia particularmente traumática,
se han convencido de que el sexo es algo oscuro y sucio por lo cual hacen todo
lo posible para evitarlo, cuando ocasionalmente aceptan las relaciones
sexuales estas ocurren rápida y mecánicamente sin placer asociado a la
experiencia.
§ En tercer lugar aparecen los que luego de un período en el cual
disfrutaron de buenas relaciones sexuales han caído en inapetencia coincidiendo
con una pareja en crisis, la falta de deseo actúa en este caso como un
barómetro que marca la dimensión del conflicto.
§ En cuarto lugar se muestran las que a través de la falta de deseo
revelan en forma inapelable el rencor y la rabia acumulada por una pareja donde
el sometimiento ha sido la norma.
§ El quinto grupo coincide con aquellas personas que sufren de un proceso
depresivo que anula sus capacidades de disfrute, no sólo del sexo, sino de la
vida misma.
§ El sexto lugar lo ocupan quienes han presentado o presentan conflictos
con su orientación sexual, que no asumen como tales, y se casan en un esfuerzo
por mimetizarse como heterosexuales activos.
§ En séptimo lugar aparecen los o las “trabajólicas” que todo lo
hacen en pos de sus metas de progreso económico sin darse cuenta de lo que
dejan en el camino, su vida de estrés permanente afecta el deseo. En este grupo
se sitúan las parejas de jóvenes con pocos años de matrimonio, involucrados en
una carrera de ascenso laboral vertiginoso, en jornadas laborales interminables
que muchas veces continúan en la propia casa.
§ En octavo lugar están los que han encontrado otro destinatario (a) del
deseo erótico, y no es que carecen del mismo, sino que su objeto de deseo ha
cambiado.
§ En noveno sitio, que tal vez debiera colocarse en el primero por su
carácter común, está el grupo que no desea por frustración sexual, por
desatención o simplemente por no sentirse queridos; este no es un fenómeno
exclusivo que afecta a mujeres porque refleja a todos los que recuerdan una
historia de amor y erotismo que se fue apagando con el tiempo; la química
sexual que unía a la pareja parece haberse desvanecido.
Tercer eje:
Espontaneidad versus planificación.
Si los acuerdos en torno a la frecuencia sexual
suelen presentar problemas, también sucede lo mismo con la oportunidad del
encuentro.
Hay palabras que cuando se refieren a los
comportamientos humanos tienen una connotación positiva automática, mientras
que otras sugieren lo opuesto. Este es el caso de la espontaneidad, que es
contemplada como un rasgo deseable en las relaciones entre personas; en cambio
las acciones que surgen preparadas o elaboradas con cierta planificación son
consideradas con reticencia o sospecha. Por supuesto que estas definiciones no
se aplican del mismo modo a cada situación, porque el ejercicio de una acción
planificada será evaluado en forma distinta de acuerdo al contexto en que se
ejecuta. Por ejemplo se admite pensar y repensar los ingredientes para realizar
una comida, la forma en que se va a decorar la mesa, la vajilla, los vinos. Se
acepta organizar un paseo familiar con semanas de anticipación, o una salida
con amigos, etc.etc.
Sin embargo en las relaciones personales más
cercanas la planificación suena a control, de este modo se fuerza a los
individuos a ejercer una cierta disociación entre las acciones donde se admite
y se recomienda considerar los actos para obtener un fin, de aquellas otras donde
esa misma conducta se señala como negativa. Esto parece loco; porque que es lo
mejor entonces: ¿Pensar en lo que vamos a hacer para optimizar el resultado? ¿O
actuar intuitivamente reprimiendo todo cálculo? En verdad la espontaneidad
parece surgir también de un deseo consciente de aparecer ante los demás con
soltura y libertad, de donde surge una nueva pregunta: ¿Será espontánea la
espontaneidad?
En la vida de una pareja este será un tema
recurrente, y luego de años de convivencia surge comúnmente el reclamo contra
la planificación de las actividades eróticas, como si ellas debieran surgir
inesperadamente en un rutilante momento de pasión, y todo preparativo previo
las enfriara.
Esta visión idealizada impide comprender que un
acto creativo no surge de la nada, sino que se sostiene sobre una base que lo
permite. Si podemos imaginar los ingredientes de una comida, los detalles de su
preparación, la mezcla de sabores, aromas y colores que generarán un plato
delicioso, y disfrutar anticipadamente del momento final en que nos llevemos el
bocado a la boca ¿Que es lo que impide replicar esta idea y estas acciones en
el plano erótico? Nada, excepto la automática descalificación de la
planificación en la vida sexual; porque en el primer caso no existe ninguna posibilidad
de generar ese banquete para los sentidos sin recurrir a un lugar para
proveerse de los insumos necesarios, y en el segundo tampoco es posible sin
disponer del tiempo, el espacio, el momento oportuno, que obviamente pueden ser
pensados y dispuestos con anterioridad.
Yo creo que la espontaneidad empieza donde termina
la planificación, y que de ninguna manera son incompatibles, sino absolutamente
complementarias.
Cuarto eje:
prácticas y contextos
Entre la apetencia sexual y su satisfacción se crea
una brecha difícil de llenar, tal vez por ello es que se han escrito tratados
sobre técnicas sexuales desde los griegos hasta la fecha. Esta es una herencia
que ha quedado marcada en la erótica, que en un sentido moderno hace
referencia a las artes amorosas, a todas aquellas técnicas que se colocan al
servicio del placer sensual y que se instrumentan en función del goce
compartido de los amantes.
La época en que vivimos, como ninguna otra, se
caracteriza por la proliferación y accesibilidad a las informaciones sobre las
múltiples posibilidades del sexo.
Con sólo “Guglear” las
palabras “técnicas sexuales”, aparecen en nuestro computador 1.840.000 puntos
de información; si la búsqueda se hace en inglés los puntos son 2.450.000.
Probablemente solo un gran entusiasta del sexo
sería capaz de recorrer todas estas opciones y lo más probable es que se
encuentre con infinitas repeticiones. Sin embargo si se tiene paciencia se
pueden obtener ideas o propuestas originales para enriquecer la vida sexual.
Luego viene el tema de inducir o proponer a la
pareja la práctica concreta de la técnica aprendida, pero aquí surge un pequeño
o gran inconveniente, porque no hay ninguna práctica sexual, por depurada que
parezca, que garantice placer sexual a los ejecutantes.
Un problema, por el cual muchas parejas se
complican, reside en el tipo de repertorio sexual que cada uno acepta y
promueve o que por el contrario rechaza; y en las condiciones o contexto en las
que alguien se siente abierta o receptiva a la relación sexual o su opuesto. En
palabras más concretas, representan el Cómo y el Dónde.
Las prácticas sexuales que las personas llevan a
cabo de común acuerdo tienen un objetivo definido, que es el de proporcionar
placer a ambos, respetando ciertos límites individuales determinados por la
idea que todos tenemos de lo que es normal y de lo que no lo es.
Dentro de una concepción religiosa estricta, sería
natural lo que puesto sobre una dimensión heterosexual se resume en una
intención procreativa. Todo lo que se aparta, tanto en términos de contactos no
genitales, posiciones, deseos o fantasías anidadas en el plano de lo erótico es
condenable o por lo menos sospechoso.
En un pasado no muy lejano y por restringido que
parezca, esta era la norma, aún cuando las prácticas concretas de las parejas
en su intimidad se distanciaran de esa regulación absoluta.
La noción de naturalidad se enlaza con la de
normalidad, que es un concepto elaborado en base a los estudios científicos,
estadísticos y antropológicos disponibles; sin embargo ningún hallazgo puede
dejar de lado que cada época histórica y cada cultura ha determinado sus
propios parámetros de lo que se considera normal; es decir que esta noción no
es universal, ni única, sino que depende de la forma que las personas han sido
socializadas y educadas.
Probablemente todos, en algún momento de nuestra
experiencia sexual, nos hemos preguntado si un deseo, una fantasía o una acción
concreta que estábamos realizando o que nos estaban incitando a realizar eran
normales. Este punto es relevante porque puede determinar vergüenza,
inhibición, o un recuerdo traumático no resuelto.
En el encuentro sexual se entrecruzan dos líneas
evolutivas de experiencias que incluyen lo que cada cual estima que es normal y
lo que no lo es. Cuando hay concordancia ambos podrán explorar hasta los
límites de su deseo todas las posibilidades sexuales. En cambio cuando hay
barreras o censura se abre un espacio de conflicto.
Hay personas que suelen complicarse cuando se les
formulan pedidos explícitos que incluyen demandas de expresiones, posiciones, o
contactos que no están dispuestas a practicar.
Suelo preguntarles a las parejas que atiendo sobre
qué zonas de su cuerpo están abiertas al contacto o la caricia y cuáles no.
Algunas respuestas son sorprendentes, porque si bien un amplio grupo permite o
entrega caricias sin límites, otros son bastante restringidos. Mujeres que
aceptan y disfrutan al estimular oralmente a su pareja pero que rechazan lo
mismo por parte de ellos. Varones que demandan caricias manuales u orales sobre
sus genitales, pero que se resisten a practicarlo a su vez.
El sexo anal, por ejemplo, es una variante que una
generación atrás era territorio prohibido para muchos, pero que en cambio hoy
se acepta con menos trabas. Sin embargo no es bidireccional, porque esta
práctica es considerada “normal” cuando se dirige hacia la mujer, pero
resistida si es ella quien busca jugar con esta región de su pareja.
El uso de disfraces, juguetes sexuales o
pornografía estimula poderosamente a algunos, mientras que en otros actúa en
forma inversa. Es decir que no hay estimuladores garantizados, sino que eso se
relaciona con una actitud, porque hay gente que es lúdica y otras que no lo
son.
Un reclamo reiterado se refiere al escaso valor que
algunos otorgan a lo que se llama comúnmente “preparación para”.
Si se interroga a las parejas sobre el tiempo que
transcurre desde que se dan el primer beso hasta que todo ha concluido, las
respuestas generalmente coinciden en señalar que ocupan entre 20 y 30 minutos.
Sin embargo para otros –generalmente los que tienen problemas- todo ocurre en
un abrir y cerrar de ojos. Algunos besos, un par de caricias, estímulos
manuales, penetración, eyaculación y eso ha sido todo. Lo cual equivale a decir
nada. Un intercambio elemental que en algún momento pasará la cuenta.
Si uno encuentra satisfacción mientras el otro se
frustra o se resigna, ambos están colaborando en la construcción de un guión
rutinario, en lugar de buscar o practicar los cambios necesarios para el placer
compartido. Siempre es posible mejorar, pero para ello hay que estar alerta a
los deseos legítimos de nuestra pareja.
Quinto eje:
Problemas sexuales específicos
Conexión, excitación, respuesta.
En los estudios sexológicos clásicos desde Masters
& Johnson hasta la fecha los problemas sexuales se ubican dentro del
llamado ciclo de respuesta sexual. Este es un modelo que a partir de la
biología interpreta los fenómenos que ocurren durante la interacción sexual
humana.
Si se mira la sexualidad de las personas desde este
prisma lo que ve son acciones encadenadas por el deseo y que deben culminar en
una respuesta satisfactoria.
En la práctica clínica los motivos por los cuales las
personas consultan se dividen; principalmente entre aquellos y aquellas que lo
hacen por la disminución o ausencia de su deseo sexual, las que lo solicitan
por obstáculos involuntarios para lograr completar una relación sexual
(dispareunia o vaginismo), los que llegan preocupados por su dificultad para
sostener o mantener una erección adecuada, los que no logran establecer un
control razonable y voluntario de su eyaculación, las que quieren experimentar
un orgasmo en pareja y no lo consiguen.
Cada síntoma tiene características particulares,
pero un denominador común, que como ya he señalado se centra en las emociones
negativas que la persona padece, pero no siempre percibe en sí misma asociadas
con el problema.
Cada disfunción sexual, tiene además un impacto
específico sobre la vida general de la pareja, no es intrascendente, sino que
suele constituirse en un núcleo duro de insatisfacción.
El sujeto afectado o la pareja necesitan encontrar
alternativas de resolución si no quieren verse envueltos en un circuito de
frustración o resignación.
En mi experiencia de terapeuta he visto como las
consultas son ahora cada vez más tempranas, casi al inicio de la pareja. Antes
trascurrían años de indecisiones hasta que se decidían a concurrir a un
profesional.
Roberto Rosenzvaig
§ Psicólogo Clínico.
§ Psicoterapeuta individual y de pareja.
§ Sexólogo clínico. Acreditado como tal por la Federación Latinoamericana
de Sociedades de Sexología y Educación Sexual. (Flasses)
§ Magíster en Educación para la salud.
§ Psicólogo Social.
§ Miembro de la World Asociation for Sexology.
§ Presidente de la Corporación Chilena de Sexualidad Humana.
§ Presidente comité científico I Congreso Chileno de sexología y educación
sexual.
§ Presidente XII Congreso Latinoamericano de Sexología y Educación Sexual
§ Director académico y docente del Diplomado en Sexualidad Humana.
Universidad Diego Portales. Del 2001 al 2004.
§ Seminarios de investigación y tutor de tesis de grado. UDP. Tesis:”
Implicancias del abuso sexual hacia la mujer en la vida emocional y sexual
adulta”. ” Mujer, cuerpo y sexualidad” 1999. ” Estudio de las actitudes
cognitivas y afectivas hacia la relación de pareja en varones heterosexuales y
homosexuales” 2000. ”Rasgos de personalidad asociados a la eyaculación
precoz” 2001. “Rasgos de personalidad asociados al vaginismo” 2001. “El sexo en
internet” 2001. “Psicología y pornografía.Análisis del discurso pornográfico en
el mundo del video” 2002. “Los significados que los sujetos de tercera edad
construyen sobre su sexualidad” 2002. ”Consumo de drogas,sexo y violencia
en la pareja”2003. “Análisis de discurso de la satisfacción sexual en mujeres”2002.”Transmisión
familiar de significaciones en y sobre el cuerpo sexual, a través del relato de
tres mujeres”2004.”Masculinidad y devenir histórico” 2001. “Sexualidad y
significado en el discurso de los ancianos” 2003. “Disfunciones sexuales e
infidelidad” 2003. “Significados construídos por los profesores de educación
preescolar sobre las prácticas sexuales infantiles” 2003.
§ Docente. Carrera de Psicología. Cátedra de sexualidad. Universidad
Andrés Bello.2005-2006
§ Columnista revista Ya (Diario EL Mercurio) y revista Mujer (Diario La
Tercera)
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