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martes, 20 de agosto de 2013

LOS PROBLEMAS SEXUALES. Por Roberto Rosenzvaig

Como terapeuta de pareja, puedo afirmar que los problemas sexuales que surgen en la vida compartida casi siempre se basan en los modos en que ambos manejan los inevitables conflictos que se generan en la coexistencia. Cuando estos provienen del terreno sexual, las diferencias no resueltas pueden generar emociones dolorosas, frustración, incomprensión y también resentimiento.

El tema es relevante desde que las investigaciones muestran que el treinta por ciento de todas las consultas psicológicas en pareja se deben a los problemas sexuales, aunque muchas veces el motivo de consulta aparezca encubierto por dificultades en la vida de relación que poco parecen tener que ver con lo sexual.
El problema sexual puede ser visto como la punta de un iceberg que representa el distanciamiento erótico resultante de los conflictos de pareja no resueltos o como un escollo específico que condiciona negativamente la relación: las dos posibilidades son ciertas.
Hay parejas que tiene buenas relaciones generales pero no logran armonizarse en la cama, otras que recuerdan un pasado pleno de satisfacciones por contraposición con un presente erótico empobrecido.
Los problemas de la experiencia sexual en pareja son complejos porque siempre tienen que ser considerados a partir de tres variables: dos individuales y una conjunta. Cada sujeto trae consigo sus experiencias negativas y positivas, sus expectativas y necesidades personales; todos ellas se combinan con las que porta a su pareja. De este entrecruzamiento surgen los conflictos que se distribuyen en ejes:
Primer eje: Las necesidades individuales y su satisfacción.
Los seres humanos somos entes indisolublemente ligados al placer y a las recompensas, todo nuestro sistema nervioso central funciona en busca de aquellos estímulos que satisfacen necesidades, con la particular característica de que estas necesidades son creadas permanentemente para luego buscar los caminos que permitan satisfacerlas componiendo una espiral interminable.
Sin embargo muchos olvidan que esas necesidades, excepto las vitales, son absolutamente personales y terminan creyendo en su profunda naturalidad, por lo que se frustran infantilmente cuando no reciben la recompensa que sacie su demanda.
Como ejemplo de este hecho están aquellos, generalmente varones, que buscan una frecuencia de encuentros sexuales alta bajo la justificación de un deseo irrefrenable que surge desde el fondo de su ser biológico, que al no ser satisfechos reaccionan con enojo, distanciamiento y presión sobre la pareja.
Ellos confunden deseo con ansiedad, no tienen consciencia que esa es una necesidad creada, y se creen el cuento de la presión biológica, lo único que verdaderamente desean es la descarga que actúa como recompensa. Por ello es que el tema de la baja frecuencia sexual encabeza la lista de las quejas masculinas, aunque no faltan las mujeres que se quejan de lo mismo.
Cuando una persona siente y expresa una necesidad desea que esta sea reconocida y aceptada; en el plano erótico esto se ejemplifica a través de los deseos de seducción, de conexión afectiva, de caricias y juegos previos al contacto genital, de comunicación, de respeto por los límites, de tolerancia y otras. Cada necesidad incluye expectativas; estas pueden ser mínimas, altas o aún irreales, pero siempre válidas para el sujeto que las formula; si el otro no las entiende o las descalifica la contradicción se hace evidente.
La tarea para superar el problema en este nivel tiene tres partes: inicialmente se centra en la consciencia de nuestras necesidades; debemos interrogarnos acerca de ellas y la pregunta tiene que producir  respuestas. Si no las tenemos el problema está situado en nosotros mismos y  se debe trabajar en ese dominio que antes de pedir que el otro las comprenda.
Hay quienes creen que la pareja tiene que tener dotes de adivinación y percibir lo que se quiere dar a entender, por el contrario pienso que debemos ser claros y precisos en nuestras demandas si queremos que estas sean satisfechas.
Por eso es que esta segunda parte del desafío consiste en desarrollar la capacidad  de expresar nuestras necesidades en voz alta para que sean escuchadas y finalmente en insistir o aún luchar para que esas necesidades sean reconocidas como legítimas.
Segundo eje: deseo sexual y  frecuencia de las relaciones sexuales.
Deseo 
Se suelen asociar los problemas de la frecuencia sexual con los del deseo, pero ambos expresan escenarios muy diferentes. Los primeros representan básicamente un territorio de discordancias que como tales pueden ser sujetas a negociaciones más o menos eficaces, en cambio los problemas del deseo sexual expresan conflictos más profundos individuales o del vínculo.
El deseo y la satisfacción aparecen como los núcleos centrales de la vida erótica, porque de ellos dependen la vitalidad y el sentido de cada encuentro. De allí que cuanto más tempranamente se produzcan las dificultades – generalmente dentro de los tres primeros años de la pareja- más negativo se presenta el panorama, porque una de las principales funciones de la sexualidad en la pareja es la de crear placeres compartidos.
El deseo de ser deseado por quien uno desea es poderoso, tanto como desear a quien nos desea y cuando eso no ocurre se produce un vacío difícil de llenar. Se puede insistir, provocar, seducir; pero si no se logra una respuesta positiva el que buscaba se distancia a su vez.
La brecha que se produce a través de esta acción aparta cada vez más a los cónyuges, tanto en lo emocional como en lo corporal.
La persona (él o ella) que tiene bajo deseo sexual piensa que el otro es hipersexual, la persona con mayor deseo piensa exactamente lo contrario.
Los sujetos afectados por un descenso o ausencia de su deseo sexual no componen grupos homogéneos, sino que muestran ciertas diferencias como las que se consignan a continuación:
§  En primer lugar están aquellos o aquellas que jamás se han sentido muy sexuales, ni han creído que el sexo sea un elemento importante en sus vidas; a lo largo de su existencia han pasado por largos períodos de abstinencia y soledad.
Simplemente no se sienten sexuales, ni otorgan mayor importancia a las relaciones sexuales como fuente de placer corporal.
La situación sería más fácil de entender si ellas y ellos fuesen afectivamente distantes en todas las circunstancias, pero no es así, porque son perfectamente capaces de manifestar ternura y cariño a través de contactos físicos, pero siempre por fuera o en el límite de la situación sexual, cuando por una razón u otra acceden a mantener relaciones sexuales se vuelven rígidos y distantes. Tienen un “sexoestato” bajo, es decir, que actúan como si su regulador de anhelo sexual se hubiese quedado fijado en un punto mínimo.
Si respetaran esta condición tendrían una vida más congruente, sin embargo se casan o se unen en pareja con la secreta esperanza de que esta limitante no ocasione mayores conflictos, pero suelen equivocarse eligiendo a personas con deseos sexuales fluidos lo cual tarde o temprano llevará a dificultades en la unión.

§  En segundo lugar están los que por una formación familiar o religiosa muy represiva o por haber padecido una experiencia particularmente traumática, se han convencido de que el sexo es algo oscuro y sucio por lo cual hacen todo lo posible para evitarlo, cuando ocasionalmente aceptan las relaciones sexuales estas ocurren rápida y mecánicamente sin placer asociado a la experiencia.

§  En tercer lugar aparecen los que luego de un período en el cual disfrutaron de buenas relaciones sexuales han caído en inapetencia coincidiendo con una pareja en crisis, la falta de deseo actúa en este caso como un barómetro que marca la dimensión del conflicto.

§  En cuarto lugar se muestran las que a través de la falta de deseo revelan en forma inapelable el rencor y la rabia acumulada por una pareja donde el sometimiento ha sido la norma.

§  El quinto grupo coincide con aquellas personas que sufren de un proceso depresivo que anula sus capacidades de disfrute, no sólo del sexo, sino de la vida misma.

§  El sexto lugar lo ocupan quienes han presentado o presentan conflictos con su orientación sexual, que no asumen como tales, y se casan en un esfuerzo por mimetizarse como heterosexuales activos.

§  En séptimo lugar aparecen los o las  “trabajólicas” que todo lo hacen en pos de sus metas de progreso económico sin darse cuenta de lo que dejan en el camino, su vida de estrés permanente afecta el deseo. En este grupo se sitúan las parejas de jóvenes con pocos años de matrimonio, involucrados en una carrera de ascenso laboral vertiginoso, en jornadas laborales interminables que muchas veces continúan en la propia casa.

§  En octavo lugar están los que han encontrado otro destinatario (a) del deseo erótico, y no es que carecen del mismo, sino que su objeto de deseo ha cambiado.

§  En noveno sitio, que tal vez debiera colocarse en el primero por su carácter común, está el grupo que no desea por frustración sexual, por desatención o simplemente por no sentirse queridos; este no es un fenómeno exclusivo que afecta a mujeres porque refleja a todos los que recuerdan una historia de amor y erotismo que se fue apagando con el tiempo; la química sexual que unía a la pareja parece haberse  desvanecido.
Tercer eje: Espontaneidad versus planificación.
Si los acuerdos en torno a la frecuencia sexual suelen presentar problemas, también sucede lo mismo con la oportunidad del encuentro.
Hay palabras que cuando se refieren a los comportamientos humanos tienen una connotación positiva automática, mientras que otras sugieren lo opuesto. Este es el caso de la espontaneidad, que es contemplada como un rasgo deseable en las relaciones entre personas; en cambio las acciones que surgen preparadas o elaboradas con cierta planificación son consideradas con reticencia o sospecha. Por supuesto que estas definiciones no se aplican del mismo modo a cada situación, porque el ejercicio de una acción planificada será evaluado en forma distinta de acuerdo al contexto en que se ejecuta. Por ejemplo se admite pensar y repensar los ingredientes para realizar una comida, la forma en que se va a decorar la mesa, la vajilla, los vinos. Se acepta organizar un paseo familiar con semanas de anticipación, o una salida con amigos, etc.etc.
Sin embargo en las relaciones personales más cercanas la planificación suena a control, de este modo se fuerza a los individuos a ejercer una cierta disociación entre las acciones donde se admite y se recomienda considerar los actos para obtener un fin, de aquellas otras donde esa misma conducta se señala como negativa. Esto parece loco; porque que es lo mejor entonces: ¿Pensar en lo que vamos a hacer para optimizar el resultado? ¿O actuar intuitivamente reprimiendo todo cálculo? En verdad la espontaneidad parece surgir también de un deseo consciente de aparecer ante los demás con soltura y libertad, de donde surge una nueva pregunta: ¿Será espontánea la espontaneidad?
En la vida de una pareja este será un tema recurrente, y luego de años de convivencia surge comúnmente el reclamo contra la planificación de las actividades eróticas, como si ellas debieran surgir inesperadamente en un rutilante momento de pasión, y todo preparativo previo las enfriara.
Esta visión idealizada impide comprender que un acto creativo no surge de la nada, sino que se sostiene sobre una base que lo permite. Si podemos imaginar los ingredientes de una comida, los detalles de su preparación, la mezcla de sabores, aromas y colores que generarán un plato delicioso, y disfrutar anticipadamente del momento final en que nos llevemos el bocado a la boca ¿Que es lo que impide replicar esta idea y estas acciones en el plano erótico? Nada, excepto la automática descalificación de la planificación en la vida sexual; porque en el primer caso no existe ninguna posibilidad de generar ese banquete para los sentidos sin recurrir a un lugar para proveerse de los insumos necesarios, y en el segundo tampoco es posible sin disponer del tiempo, el espacio, el momento oportuno, que obviamente pueden ser pensados y dispuestos con anterioridad.
Yo creo que la espontaneidad empieza donde termina la planificación, y que de ninguna manera son incompatibles, sino absolutamente complementarias.
Cuarto eje: prácticas y contextos
Entre la apetencia sexual y su satisfacción se crea una brecha difícil de llenar, tal vez por ello es que se han escrito tratados sobre técnicas sexuales desde los griegos hasta la fecha. Esta es una herencia que ha quedado marcada en la erótica, que en un sentido moderno  hace referencia a las artes amorosas, a todas aquellas técnicas que se colocan al servicio del placer sensual y que se instrumentan en función del goce compartido de los amantes.
La época en que vivimos, como ninguna otra, se caracteriza por la proliferación y accesibilidad a las informaciones sobre las múltiples posibilidades del sexo.
Con sólo “Guglear” las palabras “técnicas sexuales”, aparecen en nuestro computador 1.840.000 puntos de información; si la búsqueda se hace en inglés los puntos son 2.450.000.
Probablemente solo un gran entusiasta del sexo sería capaz de recorrer todas estas opciones y lo más probable es que se encuentre con infinitas repeticiones. Sin embargo si se tiene paciencia se pueden obtener ideas o propuestas originales para enriquecer la vida sexual.
Luego viene el tema de inducir o proponer a la pareja la práctica concreta de la técnica aprendida, pero aquí surge un pequeño o gran inconveniente, porque no hay ninguna práctica sexual, por depurada que parezca, que garantice placer sexual a los ejecutantes.
Un problema, por el cual muchas parejas se complican, reside en el tipo de repertorio sexual que cada uno acepta y promueve o que por el contrario rechaza; y en las condiciones o contexto en las que alguien se siente abierta o receptiva a la relación sexual o su opuesto. En palabras más concretas, representan el Cómo y el Dónde.
Las prácticas sexuales que las personas llevan a cabo de común acuerdo tienen un objetivo definido, que es el de proporcionar placer a ambos, respetando ciertos límites individuales determinados por la idea que todos tenemos de lo que es normal y de lo que no lo es.
Dentro de una concepción religiosa estricta, sería natural lo que puesto sobre una dimensión heterosexual se resume en una intención procreativa. Todo lo que se aparta, tanto en términos de contactos no genitales, posiciones, deseos o fantasías anidadas en el plano de lo erótico es condenable o por lo menos sospechoso.
En un pasado no muy lejano y por restringido que parezca, esta era la norma, aún cuando las prácticas concretas de las parejas en su intimidad se distanciaran de esa regulación absoluta.
La noción de naturalidad se enlaza con la de normalidad, que es un concepto elaborado en base a los estudios científicos, estadísticos y antropológicos disponibles; sin embargo ningún hallazgo puede dejar de lado que cada época histórica y cada cultura ha determinado sus propios parámetros de lo que se considera normal; es decir que esta noción no es universal, ni única, sino que depende de la forma que las personas han sido socializadas y educadas.
Probablemente todos, en algún momento de nuestra experiencia sexual, nos hemos preguntado si un deseo, una fantasía o una acción concreta que estábamos realizando o que nos estaban incitando a realizar eran normales. Este punto es relevante porque puede determinar vergüenza, inhibición, o un recuerdo traumático no resuelto.
En el encuentro sexual se entrecruzan dos líneas evolutivas de experiencias que incluyen lo que cada cual estima que es normal y lo que no lo es. Cuando hay concordancia ambos podrán explorar hasta los límites de su deseo todas las posibilidades sexuales. En cambio cuando hay barreras o censura se abre un espacio de conflicto.
Hay personas que suelen complicarse cuando se les formulan pedidos explícitos que incluyen demandas de expresiones, posiciones, o contactos que no están dispuestas a practicar.
Suelo preguntarles a las parejas que atiendo sobre qué zonas de su cuerpo están abiertas al contacto o la caricia y cuáles no. Algunas respuestas son sorprendentes, porque si bien un amplio grupo permite o entrega caricias sin límites, otros son bastante restringidos. Mujeres que aceptan y disfrutan al estimular oralmente a su pareja pero que rechazan lo mismo por parte de ellos. Varones que demandan caricias manuales u orales sobre sus genitales, pero que se resisten a practicarlo a su vez.
El sexo anal, por ejemplo, es una variante que una generación atrás era territorio prohibido para muchos, pero que en cambio hoy se acepta con menos trabas. Sin embargo no es bidireccional, porque esta práctica es considerada “normal” cuando se dirige hacia la mujer, pero resistida si es ella quien busca jugar con esta región de su pareja.
El uso de disfraces, juguetes sexuales o pornografía estimula poderosamente a algunos, mientras que en otros actúa en forma inversa. Es decir que no hay estimuladores garantizados, sino que eso se relaciona con una actitud, porque hay gente que es lúdica y otras que no lo son.
Un reclamo reiterado se refiere al escaso valor que algunos otorgan a lo que se llama comúnmente “preparación para”.
Si se interroga a las parejas sobre el tiempo que transcurre desde que se dan el primer beso hasta que todo ha concluido, las respuestas generalmente coinciden en señalar que ocupan entre 20 y 30 minutos. Sin embargo para otros –generalmente los que tienen problemas- todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos. Algunos besos, un par de caricias, estímulos manuales, penetración, eyaculación y eso ha sido todo. Lo cual equivale a decir nada. Un intercambio elemental que en algún momento pasará la cuenta.
Si uno encuentra satisfacción mientras el otro se frustra o se resigna, ambos están colaborando en la construcción de un guión rutinario, en lugar de buscar o practicar los cambios necesarios para el placer compartido. Siempre es posible mejorar, pero para ello hay que estar alerta a los deseos legítimos de nuestra pareja.
Quinto eje: Problemas sexuales específicos
Conexión, excitación, respuesta.
En los estudios sexológicos clásicos desde Masters & Johnson hasta la fecha los problemas sexuales se ubican dentro del llamado ciclo de respuesta sexual. Este es un modelo que a partir de la biología interpreta los fenómenos que ocurren durante la interacción sexual humana.
Si se mira la sexualidad de las personas desde este prisma lo que ve son acciones encadenadas por el deseo y que deben culminar en una respuesta satisfactoria.
En la práctica clínica los motivos por los cuales las personas consultan se dividen; principalmente entre aquellos y aquellas que lo hacen por la disminución o ausencia de su deseo sexual, las que lo solicitan por obstáculos involuntarios para lograr completar una relación sexual (dispareunia o vaginismo), los que llegan preocupados por su dificultad para sostener o mantener una erección adecuada, los que no logran establecer un control razonable y voluntario de su eyaculación, las que quieren experimentar un orgasmo en pareja y no lo consiguen.
Cada síntoma tiene características particulares, pero un denominador común, que como ya he señalado se centra en las emociones negativas que la persona padece, pero no siempre percibe en sí misma asociadas con el problema.
Cada disfunción sexual, tiene además un impacto específico sobre la vida general de la pareja, no es intrascendente, sino que suele constituirse en un núcleo duro de insatisfacción.
El sujeto afectado o la pareja necesitan encontrar alternativas de resolución si no quieren verse envueltos en un circuito de frustración o resignación.
En mi experiencia de terapeuta he visto como las consultas son ahora cada vez más tempranas, casi al inicio de la pareja. Antes trascurrían años de indecisiones hasta que se decidían a concurrir a un profesional.
Roberto Rosenzvaig 
§  Psicólogo Clínico.
§  Psicoterapeuta individual y de pareja.
§  Sexólogo clínico. Acreditado como tal por la Federación Latinoamericana de Sociedades de Sexología y Educación Sexual. (Flasses)
§  Magíster en Educación para la salud.
§  Psicólogo Social.
§  Miembro de la World Asociation for Sexology.
§  Presidente de la Corporación Chilena de Sexualidad Humana.
§  Presidente comité científico I Congreso Chileno de sexología y educación sexual.
§  Presidente XII Congreso Latinoamericano de Sexología y Educación Sexual
§  Director académico y docente del Diplomado en Sexualidad Humana. Universidad Diego Portales. Del 2001 al 2004.
§  Seminarios de investigación y tutor de tesis de grado. UDP. Tesis:” Implicancias del abuso sexual hacia la mujer en la vida emocional y sexual adulta”. ” Mujer, cuerpo y sexualidad” 1999.  ” Estudio de las actitudes cognitivas y afectivas hacia la relación de pareja en varones heterosexuales y homosexuales” 2000.  ”Rasgos de personalidad asociados a la eyaculación precoz” 2001. “Rasgos de personalidad asociados al vaginismo” 2001. “El sexo en internet” 2001. “Psicología y pornografía.Análisis del discurso pornográfico en el mundo del video” 2002. “Los significados que los sujetos de tercera edad construyen sobre su sexualidad” 2002.  ”Consumo de drogas,sexo y violencia en la pareja”2003. “Análisis de discurso de la satisfacción sexual en mujeres”2002.”Transmisión familiar de significaciones en y sobre el cuerpo sexual, a través del relato de tres mujeres”2004.”Masculinidad y devenir histórico” 2001. “Sexualidad y significado en el discurso de los ancianos” 2003. “Disfunciones sexuales e infidelidad” 2003. “Significados construídos por los profesores de educación preescolar sobre las prácticas sexuales infantiles” 2003. 
§  Docente. Carrera de Psicología. Cátedra de sexualidad. Universidad Andrés Bello.2005-2006
§  Columnista revista Ya (Diario EL Mercurio) y revista Mujer (Diario La Tercera)



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